Miguel Rubio Vargas "MIGUEL VARGAS"
FLAMENCO
Miguel Rubio Vargas
"MIGUEL VARGAS"
MIGUEL RUBIO VARGAS, cantaor gitano, más conocido con el nombre artístico de MIGUEL VARGAS, nació en La Puebla de Cazalla (Sevilla), en el año de 1942, y murió en Paradas (Sevilla) en el 1996. Siendo muy joven se marcho a Paradas para trabajar. Su vocación por el cante era tan grande que aprendió a cantar escuchando la radio mientras trabajaba en el campo,
Muy pronto se convirtió en uno de los artistas más serios de la afición. Como sus paisanos, La Niña de la Puebla, José Menese y Diego Clavel, estuvo muy vinculado a la figura de Moreno Galván, cuyas letras interpretó Miguel en multitud de ocasiones. En 1968 ganó el premio por seguiriyas en el concurso de Mairena del Alcor y tras ese éxito se marchó a Madrid, donde trabajó durante seis años en el tablao Zambra con artistas como Rafael Romero (el Gallina), Juan Varea, Pericón de Cádiz, Pepe el Culata. Rosa Durán y otros grandes artistas. Con este cuadro actuó en Francia y otros países europeos. En aquella época grabó su primer disco, “Un morisco en Paradas”, con la guitarra de Melchor de Marchena. Es titular de la peña de Paradas y el último gran seguiriyero, así como un importante alumno de la escuela Mairenista
Trabajo en los primeros intentos de un teatro andaluz que emplea el cante como elemento dramático. También obtuvo un premio en el concurso de Archidona y el Yunque de Oro de la Tertulia Flamenca de Ceuta. Ha ofrecido recitales en los teatros parisinos Olympia y de La Villa, así como en diversos centros culturales, universitarios y peñas flamencas. Miguel Vargas es un cantaor que transmite el cante con verdadera pasión y con mucho arte, no se puede explicar la belleza que impregna todo el cante de Miguel Vargas, ni la rara perfección de algunas de sus interpretaciones. Las soleares, siguiriyas, los tientos, la toná y la liviana son verdaderamente un buen ejemplo.
Miguel Rubio Vargas, para su mundo artístico Miguel Vargas, es un cantaor de una pureza excelente para transmitir los cantes, graba discos importantes que nos deja como el mejor recuerdo, con solo verle sentado, dispuesto a cantar, con una figura flamenca de mucho arte, nos da la estampa del cantaor dispuesto a darlo todo con la mayor sabiduría, no tiene antecedentes en su familia de cantaores, su caso es de pura vocación. Hombre del campo, a él nadie le enseñó los cantes, los aprendió porque necesitaba cantar,
-El arte de vivir el Flamenco-
Puro y Jondo el de La Puebla de Cazalla. Cantaor extenso que destaca sobremanera en los cantes más duros y jondos del flamenco. Para nada se nota que sus conocimientos fueron aprendidos del cante enlatado y sin antecedentes familiares. De los pocos cantaores no gitano que duele por siguiriyas. Dejó un legado no muy extenso pero si suficiente para que se conozca en el futuro la talla de este grandísimo cantaor. Difusión del Patrimonio D`aquí.
Mi relación con Miguel Vargas (I)
Miguel Rubio Vargas fue un gran cantaor de la Puebla de Cazalla (Sevilla, 1942), aunque se crió en la también localidad sevillana de Paradas, cercana a la anterior. Conocido en sus principios como Miguel el de los Almendrillos, se hizo cantaor en los años 60 y tuvo que irse a Madrid para hacerse artista, como le ocurrió a su paisano José Menese y a otros muchos. Pero en la primera Bienal de Flamenco de Sevilla, celebrada en la primavera de 1980, estuvo en el cuadro de Rosa Durán en el Teatro Lope de Vega, con Rafael Romero el Gallina, el gran maestro ya desaparecido, con tan buena suerte que se le relió el duende en la garganta y cantó por soleá y seguiriyas como hacía décadas que no se escuchaba en Sevilla. Estuve allí aquella noche. Sólo tenía yo 22 años y me gustaba tanto el cante que no vivía para otra cosa. El teatro estaba lleno de aficionados y cuando Miguel acabó de cantar por seguiriyas, con Perico el del Lunar a la guitarra -el hijo, olvidado por completo-, estalló una ovación y hubo tal entusiasmo, que a Antonio Mairena se le descompuso el semblante. Sudó aquella noche Antonio la gota gorda, porque el morisco -así llaman a los de la Puebla de Cazalla-, que siempre fue mairenista, dejó claro que los payos también cantan jondo. ¡Cómo dolió Miguel Vargas aquella noche! Todos se preguntaban que quién era ese cantaor tan grande, que de dónde había salido tamaño vozarrón, que cómo es que no estaba en los festivales del sur. Naturalmente, desde aquella noche Miguel comenzó a ser más conocido y se hizo un sitio entre los mejores del cante. Decidí conocerlo personalmente y no tuve que esperar mucho tiempo, porque frecuentaba la Jumoza 3 de Sevilla, conocida peña flamenca donde también iba yo cuando ni soñaba con dedicarme al periodismo musical. Fue allí donde lo conocí, cuando la Jumoza tenía por sede una buhardilla del Parque Alcosa. Aquel tabuco fue para mí una escuela porque dirigían la peña unos aficionados de mucha sapiencia, como el llorado Agripino García, Barragán, Manuel Romero El Calentito, Juan María y el marchenero Antonio Pliego, entre otros muchos. Por allí iban los cantaores a ser escuchados con respeto por estos buenos aficionados, pero sin que mediara interés alguno, o sea, el dinero. Se colocaba una mesa larga y sillas rodeándola, y solía haber caldos y viandas de todo tipo. Recuerdo que hacían una ensalada de puerros, que no se podía aguantar de buena que estaba. Iban mucho Manolo Mairena, Antonio Chacón -el del barrio de Los Carteros, obviamente-, El Chozas, José Lavao, el de Paradas, con sus hijos; Paco Taranto y muchos más. Miguel se encontraba allí como en su casa, y como estaba a gusto, cantaba siempre de maravilla. Lo recuerdo sentado en una silla de aneas, con su vaso de vino blanco con un pedazo de puerro dentro y esa planta tan flamenca y tan campera que tenía. Si fuera pintor podría hacerle un cuadro sin referencia fotográfica alguna, de lo fresco que tengo ese recuerdo. Cuando cantaba por seguiriyas, la buhardilla parecía que se iba a desplomar como un castillo de naipes. Eso era cantar y escuchar cante de verdad. Me acordaba de lo que contaban de Silverio Franconetti, que cuando cantaba por seguiriyas en su café de la calle Rosario, se movían las columnas de hierro. ¡Cómo lloraba su amigo Cartones, cuando Miguel cantaba por seguiriyas!
En seguida nació una gran amistad entre nosotros, que duró hasta el día de su muerte. Fue siempre una relación cordial entre el cantaor y el crítico. Bueno, una vez que le recriminé que cantara siempre los mismos cantes en los festivales, se puso muy serio conmigo. “Mira, Manolito. Un día voy a cantá milonga, guajira, garrotín y farruca, en vez de soleares, seguiriyas, rondeñas y bamberas. Verás como también me criticas”, dijo. Miguel no era sólo que cantara los mismos palos; es que cantaba siempre las mismas letras y en el mismo orden. Y, claro, como los críticos vamos a muchos festivales y los carteles se repiten en un porcentaje importante, siempre escuchas los mismos cantes. Miguel tenía razón en lo que decía; que si hacía otros cantes que no fueran los suyos, los que dominaba, el público se iría al bar. Sin embargo, el maestro era un encanto en lo personal y jamás tuvimos el más mínimo problema. Sólo una vez, que me dijo: “¡Anda que no son brutos en tu pueblo, Manolito!”. A lo que yo le contesté: “Seremos brutos, pero ustedes, los de Paradas, optáis siempre por Arahal para hacer turismo”. Les recuerdo que Paradas está sólo a cuatro kilómetros de Arahal. Aquello le cayó muy mal a Miguel y alguna vez, cuando tenía ganas de escucharme, sacaba el tema y me decía: “¿De turismo a Arahal? Como si tuvierais allí el Coliseo de Roma”. Y lo curioso es que adoraba a mi pueblo y en Arahal sentían y sienten aún por él una gran admiración. Dio grandes noches de cante, como una memorable en la calle San Antonio.
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