Bernardo Alvarez Perez "BERNARDO EL DE LOS LOBITOS"
FLAMENCO
Bernardo Alvarez Perez
"BERNARDO EL DE LOS LOBITOS"
Bernardo el de los Lobitos cantaor payo, gran maestro de nuestra historia del cante flamenco,
su nombre era de José Álvarez Pérez, nació en Alcalá de Guadaíra el día 6 de Enero de 1887
en el seno de una familia de panaderos conocida como los Curraga.
José Álvarez Pérez, en el arte "Bernardo el de los Lobitos", es uno de esos casos, no muy
infrecuente en esto de lo jondo, en que a medida que pasa el tiempo, después de
desaparecido, la obra que nos dejó va ganando valor, un reconocimiento que quizás en vida
alcanzó menos.
En los años largos años de su actividad artística, nunca fue una estrella de relumbrón. Anduvo
por las ventas, por los tablaos. En la larga noche de la ópera flamenca defendió su propia
integridad artística, despegándose del nivel igualador de aquel movimiento especialmente por
una personalidad exquisita y sensible que dotaba de extraordinaria delicadeza a sus cantes.
Desde los cinco años de edad vivió en Sevilla y trabajó como aprendiz en una fábrica de seda.
Se inició profesionalmente en unas galas matinales que se celebraban los domingos en el Café
Novedades, el célebre café de la calle Santa Engracia. Cantó por primera vez en este lugar en
1903, presentándose en público con el nombre de Niño de Alcalá, actuando junto a las grandes
figuras de la época, consecutivamente durante diez meses. Pasó después a los cafés
cantantes madrileños, figurando durante seis años en el elenco del Café Magdalena,
empezándosele a llamar Bernardo el de los Lobitos, por interpretar unas bulerías con una letra
que había oído a un montañés y de ahí le quedó el nombre artístico con que ha pasado a la
historia del cante.
Anoche soñaba yo,
Que los lobitos me comían,
Y eran tus ojitos negros,
Que me miraban y me decían,
Por Dios no me desampares,
Que yo he perdido la calor,
De mi pare y de mi mare.
aportación práctica, positiva, que ha dejado huella sutil en los cantaores de generaciones posteriores.»
Igualmente participó en otra antología grabada en Méjico, en 1957, grabando siete números en plenitud de facultades y en la línea de reencuentro con el pasado flamenco: tangos de Cádiz, fandangos de Lucena, garrotín, farruca, granaína y media granaína de Chacón, marianas y la trilla. A partir de 1963, tras el cierre de Villa Rosa, intervino en recitales e ilustró conferencias y actuó esporádicamente en el tablao Zambra.
El 12 de junio de 1965, ganó el premio del undécimo Concurso Nacional de Cante por Cartageneras. Y en 1967, después de largos años de ausencia, volvió a cantar en su tierra natal, Alcalá de Guadaíra, el día 17 de agosto, en el homenaje a Joaquín el de La Paula, junto a Juan Talega, Antonio Mairena, José Menese, María Vargas, El Perrate y El Platero.
En sus últimos años era un auténtico archivo del cante pasado. Grabó, hacia 1962, el cante de trilla y las arcaicas nanas andaluzas, así como las marianas, que estaban a punto de ser, olvidadas. También revivió las malagueñas del Canario y de Gayarrito, y otros cantes igualmente en trance de desaparición.
Según José Blas Vega, su biógrafo, fue uno de los primeros que empezaron a cantar en Madrid por bulerías, siguiendo una nueva línea, la que impondrían La Niña de los Peines, Niño Medina y Manuel Vallejo. Durante la década de los diez a los veinte, fue figura imprescindible en los cuadros flamencos y en las fiestas madrileñas. Más tarde formó parte de los espectáculos llamados ópera Flamenca, recorriendo durante su mejor época toda España, junto a don Antonio Chacón, La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, José Cepero, Ramón Montoya, etc. También formó parte de las compañías de Angelillo, Pepe Marchena y Manuel Vallejo.
El crítico cordobés Agustín Gómez, dio la mejor calificación que se recuerda del arte de Bernardo el de los Lobitos: "Era la ternura del cante, el Azorín de la copla flamenca. Cantaba con la delicadeza de un pájaro y con el sentimiento de un alma en pena. Ni más ni menos: un maestro".
José Blas Vega ha enjuiciado así su cante: «Era un cantaor larguísimo, todo un archivo de cantes, estilos y coplas inacabables, según la admiración que le causaba al propio Chacón. Lo dominaba no sólo por lógica vivencia, sino por inquietud personal y curiosa, pues siempre estuvo en la vanguardia de las nuevas tendencias, como lo reflejan sus más antiguos discos por bulerías, saetas, fandangos alosneros y el hecho de ser uno de los primeros cultivadores de los cantes hispanoamericanos: milongas, guajiras y hasta rumbas, y seguramente la rumba por él grabada, sea la primera grabación flamenca de este cante que se conoce. El enciclopedismo de Bernardo no sólo consistía en conocer exhaustivamente todos los cantes; los de compás, los libres, los folklóricos, los menos populares, sino que respondiendo a la calidad, era hacerlo a la perfección, con una técnica y un formalismo histórico, sin deformación con autenticidad propia, con sentimiento, y expresión personal, y en esto estriba la diferencia en ser o no ser un verdadero maestro».
Fue uno de los más importantes intérpretes flamencos del siglo pasado. Cantaor enciclopédico, es proverbial la amplitud de su repertorio melódico y lírico que causara asombro en su juventud al mismo Antonio Chacón. Su discografía de pizarra es una de las más extensas y variadas de su tiempo. Protagonizó, aunque tal vez no en primera línea de popularidad, tres etapas históricas del flamenco, la de los cafés cantantes, la ópera flamenca y la etapa de rehabilitación, alternando con artistas tan dispares y distantes en el tiempo como Antonio Chacón, El Niño de Marchena o José Menese. Fue figura de la edad de oro y memoria de la misma en el renacimiento flamenco. El tocaor Perico el del Lunar, responsable de la Antología del Cante Flamenco de 1954, obra que supuso un cambio radical en la estética de la interpretación flamenca, le encargó para esta obra un difícil repertorio, puesto que muchos de los cantes incluidos en la misma, contaban con escasa tradición flamenca, de forma que Bernardo tuvo que reconstruirlos a partir de escasos materiales o, directamente, como en el caso de la nana, partir del puro elemento folclórico para crear un nuevo cante flamenco.
Al margen de la mencionada antología, inicio de una auténtica fiebre antologista en los años 50 y 60, la importancia de Bernardo en la llamada etapa de rehabilitación, la evidencia su militancia en algunos de los elencos más influyentes de la época, como los de Villa Rosa o Zambra, donde ejerció su maestría sobre las nuevas generaciones de cantaores. Su discografía, amplísima, se concentra en su primera y última etapas. Por fortuna mantuvo intactas sus facultades hasta su muerte. Todos los cantes incluidos en la antología son obras
maestras redondas y muy significativas. Gran artífice de los tientos, lo escuchamos aquí con la exquisita y prístina guitarra de Luis Maravilla. Un prodigio de musicalidad y variedad melódica que contrasta con la monotonía actual. Un pequeño monumento de equilibrio, buen gusto y sentido clásico. La malagueña de la Trini es reconcentrada y directa, como la taranta, la cartagenera y la granaína, en versiones luego recreadas por Morente. En ellas podemos apreciar cómo Bernardo opta siempre por lo sentimental frente a lo espectacular. En los llamados cantes básicos ofrece soleares de Utrera y seguiriyas del Marrurro y cabal. Las
bulerías, primitivas y lentas, presentan la letra que dio apellido artístico al cantaor y que procede, al parecer, de una canción popular montañesa. Fuente de la que bebieron, y siguen bebiendo, intérpretes como Morente, Menese o El Lebrijano y también las nuevas generaciones. Una verdadera joya.
Se casó con Modesta Senra y tuvieron una hija que moriría a los 18 años de edad victima de leucemia. Fue la única hija que tuvo el matrimonio y su pérdida hundió a Bernardo, que era un hombre de una gran sensibilidad
Bernardo murió cuatro días después que la Niña de los Peines, el día el día 30 de Noviembre de 1969. Fue en Madrid a la edad de 82 años.
-Actiweb-
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