Habichuela en rama para Morente
FLAMENCO
Habichuela en rama para Morente
Manuel Bohórquez
Había la noche del jueves en los aledaños del Teatro Central de Sevilla una especie de niebla fría que nos helaba el corazón. La muerte del genio granadino está aún tan reciente que solo escuhar su nombre nos lastima. El maestro adoraba a Sevilla y sintió siempre una especial atracción por el hermano menor de la Niña de los Peines, el cantaor Tomás Pavón. El teatro de La Cartuja está justamente enfrente de donde Tomasito se pasaba horas y horas dándoles disgustos a los barbos y cantiñeando por lo bajini las soleares de La Sarneta y los tientos de Frijones. El ligero escalofrío alcanzó categoría de repeluco cuando vimos sobre la tarima al histórico guitarrista Pepe Habichuela, con quien el maestro hizo dos discos fundamentales en 1977 como son Despegandoy Homenaje a Don Antonio Chacón. No podría entenderse la carrera de don Enrique Morente sin este paisano suyo tan flamenco, con un toque personal que embriaga. Muy poca gente en este homenaje al maestro contemporáneo del cante famenco, quizá porque no ha sido bien publicitado. Ha venido motivado por la edición de un libro sobre el artista editado por la revista Boronia y echamos en falta a los morentistas de toda la vida y a los de nuevo cuño, los que han esperado a ver al albaycinero en los telediarios, por lo de su muerte, para hacerse forofos. Pepe Habichuela parece que duerme metido en una barrica de manzanilla de Sanlúcar de Barrameda. Está igual de joven que siempre, enjuto de carnes y con una planta tan flamenca que parece haber nacido en la Cava Nueva de Triana. Algo tiene que ver con esa calle tan gitana del arrabal sevillano, conocida hoy por Pagés del Corro, con aquel Bengala de rancia estirpe cantaora. El maestro eligió la melódica granaína para templar las cuerdas de su guitarra. Profunda como una seguiriya, con frases musicales que nos transportaron a su tierra y la del homenajeado, se ajustó tanto a la cadencia andaluza que se podía cantar. Era una preciosa pieza de concierto pero no había que esforzarse mucho para imaginarse sentado a su lado a Frasquito Yerbabuena o al inolvidable Juanito Mojama. Pepe Habichuela es un guitarrista de corte clásico en casi todo, pero tan personal que en cada concierto le descubres algo inédito, armonías frescas muy perfumadas y acordes renovados. Tras el preámbulo granadino, dejó la cejilla en el mismo traste para meternos ya en jondura con la solemne soleá, pieza que en Pepe Habichuela alcanza un valor incalculable: compás, templanza, control de los tiempos, sabor, enjundia, clasicismo y frescura. Tomás hubiera disfrutado con esta guitarra, como lo hizo con las del Niño Ricardo y con Melchor de Marchena. Nos regaló después una taranta sublime, sin mucho brillo, que en estos toques es lo suyo, pero con un trémolo de remate que sacó desde la prima, desde abajo, para llegar al bordón y culminar una pieza colosal. La voz que nos trajo Pepe Habichuela, la de la joven cantaora Tamara Escudero, puso la nota sentimental de la noche. La chiquilla, que apunta maneras, adora al Niño de Marchena y pinta en el aire con los pinceles de Morente y su paleta de colores. No saca mucho la voz y recurre al falsete, con sostenidos increíbles en los bajos y la fuerza justa. Se atrevió a comenzar con la caña, una pieza llena de arabescos moriscos, para bordar luego la vidalita marchenera, acordarse de Tomás en las soleares y acabar con una ristra de fandangos muy viejos que renacieron en esta joven garganta morentiana. No la conocíamos, pero ya sabemos que hay una preciosa voz, de escaso volúmen, que sueña con Marchena y con Morente. Todo un hallazgo esta voz de caramelo de limón. La segunda parte fue otra historia. Fue como si en la primera nos hubieran subido en volandas a las nubes, para en la segunda bajarnos de mala manera. Antonio Arias y Enric Jiménez interpretaron algunos temas del reciente disco de Los Evangelistas: Homenaje a Enrique Morente. Los aguanté hasta que Arias dijo que iba a cantar “una canción de Enrique” y cantó dos fandangos del Niño de Marchena pasados por el tamiz del maestro. Demasiado para un solo corazón. Cuando salí del teatro, Tomás seguía dándoles disgustos a los barbos en La Barqueta, soñando despierto con el eco de La Sarneta y la extraña jondura de Frijones de Jerez. Tenías que haberlo visto, Enrique. Tomasito con su gorrilla blanca reflejándose en el río del cante grande.
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