martes, 15 de mayo de 2012

Investigar es llorar



FLAMENCO

Investigar es llorar

Manuel Bohórquez


En el flamenco ocurre un fenómeno que no sé si ocurre también en otros géneros musicales. Supongo que sí. Me refiero a lo mucho que se escribe y lo poco documentado que están los libros en general. Nos metemos todos y que se salven los que puedan salvarse. Me llevo las manos a la cabeza cuando premian un libro de flamenco que está preñado de datos erróneos sobre los artistas, que son los verdaderos protagonistas de nuestro arte. Esos datos erróneos quedan ya ahí como verdaderos y, como el deporte nacional es copiarnos los unos a los otros, las mentiras se perpetúan en el tiempo. Entiendo que hace cincuenta años no era nada fácil investigar en el flamenco, por la ausencia de medios y el difícil acceso a los archivos. Por eso no me gusta criticar a quienes investigaban en aquellos tiempos, sin necesidad de dar nombres. Pero hoy hay muchos medios y el acceso a los archivos se puede hacer desde nuestras propias casas, aunque no siempre. Hay ya decenas de periódicos digitalizados, del siglo XIX, que se pueden consultar en Internet. Es un trabajo laborioso, que requiere tiempo, pero que hay que hacer. También están digitalizados en la red algunos archivos municipales y parroquiales de ciudades de mucha tradición flamenca, con lo que se elimina el alto coste económico que supone tener que meterse en carretera para buscar datos en Málaga, Puerto Real, Linares o Barcelona. Por tanto, ahora es más fácil investigar que hace tres décadas y no entiendo cómo siguen apareciendo libros plagados de errores biográficos. Por poner algún ejemplo, aún se sigue diciendo “los hermanos de la Barrera”, cuando no eran ni primos. Y no estamos refiriéndonos a dos desconocidos, sino a los pioneros de la enseñanza del flamenco en Sevilla. Los libros han hecho sevillano al gran Miguel de la Barrera, pero en realidad era de la provincia de Málaga. El mítico guitarrista Paco el Barbero no era ni de Cádiz ni de Jerez de la Frontera, pero se sigue diciendo hasta la saciedad. La Finito de Triana ni nació ni se crió en el arrabal sevillano, pero reza como trianera. Juan el Pelao no era de Utrera, como se ha escrito alguna vez, sino de Triana, como su hermano José. El bailaor Lamparilla no era de Cádiz, sino de la sevillana calle Divina Pastora, del barrio de la Feria. Como su padre, Antonio el Pintor, al que también hicieron gaditano, era de San Juan de la Palma, o sea, sevillano de pura cepa. Frijones de Jerez no era el que se dice, Antonio Vargas Fernández, que nunca estuvo empadronado en Sevilla. El Frijones que nació en Jerez y que acabó sus días en la Alameda de Hércules de Sevilla era otra persona y no se llamaba Antonio. Nunca existieron aquellos “célebres duelos martineteros entre Juan el Pelao y El Planeta”, en Triana, de los que hablaba Antonio Mairena, porque el gitano herrero tenía solo dos años cuando murió Antonio Monge. Es imposible tanta precocidad. Y el Niño Medina no se hacía llamar así porque entre sus antepasados hubiera personas nacidas en Medina Sidonia (Cádiz), sino porque su verdadero padre se apellidaba Medina y era también cantaor. Son solo algunos ejemplos, pero podríamos citar miles de ellos. Cada día se hace más necesario la creación de un equipo de investigadores patrocinado por alguna institución pública, como hicieron en Argentina con el tango. Sobre todo ahora, que la Junta de Andalucía quiere meter le enseñanza del flamenco en los colegios públicos. ¿Dónde se van a documentar los profesores? ¿Qué van a responder cuando algún alumno pregunte quiénes fueron Frasco el Colorao, Ramón Sartorio o Miracielos? 

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