Francisco Lema "FOSFORITO EL VIEJO"
FLAMENCO
Francisco Lema
"FOSFORITO EL VIEJO"
FRANCISCO LEMA, cantaor payo, más conocido en este mundo del flamenco como FOSFORITO EL VIEJO, que nos dejo una escuela muy bonita de la Malagueña, que han seguido todos los grandes maestros del cante. Nació en Cádiz, en el año de 1869, y murió en Madrid, en el 1940. Según declaraba él mismo su principal maestro fue Enrique el Mellizo.
En sus mejores años era casi tan popular como Chacón, con quien se estableció una gran rivalidad cuando uno trabajaba en el Café de Silverio y otro en el del Burrero, hasta el punto de que las empresas de los mismos tuvieron que acordar sus horarios para que el público de un local pudiera trasladarse al otro y tener así oportunidad de escuchar a los dos cantaores la misma noche.
Dejó un estilo de Malagueña muy bonita, que siempre será recordada por todo los grandes maestros del cante, voz de bajo, "saturada de profunda melancolía y desarrollada en un plano de dulce musicalidad" (Molina y Mairena); de este cante escribió Fernando el de Triana que "hacía sudar al público, por creer que no podían llegar los pulmones del formidable cantaor a coronar el penúltimo tercio, que era de una esplendidez maravillosa por sus variadísimas modulaciones, tan raras como bien acopladas..
Casado con la bailaora Mariquita Malvido, en el año 1891 se trasladó a vivir a Madrid, de donde ya apenas se movió, participando en las fiestas de Fornos, Villa Rosa y Los Gabrieles. Cuando ya no pudo cantar arrastró una gran pobreza hasta su muerte.
Casado con la bailaora Mariquita Malvido, en el año 1891 se trasladó a vivir a Madrid, de donde ya apenas se movió, participando en las fiestas de Fornos, Villa Rosa y Los Gabrieles. Cuando ya no pudo cantar arrastró una gran pobreza hasta su muerte.
-El arte de vivir el flamenco-
Entrevista histórica de flamenco. Francisco Lema ‘Fosforito’ (1931)
Ídolos que fueron del cante jondo
“Fosforito”, el antiguo rival de Antonio Chacón
“Fosforito”, el antiguo rival de Antonio Chacón
Flamenco-world.com, agosto de 2010
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“Fosforito”, el rival de Antonio Chacón, el viejo ruiseñor del cante, enfundado en su pulcro terno negro, de no mal corte, limpio, melancólico en el gesto, cuida solícito la gallera.
Su imprevisión de artista pródigo le hizo llegar a este estado. Billetes, mujeres, voz, gloria… es ahora, en la decadencia, un recuerdo burlón del pasado.
Entablamos el diálogo:
Su imprevisión de artista pródigo le hizo llegar a este estado. Billetes, mujeres, voz, gloria… es ahora, en la decadencia, un recuerdo burlón del pasado.
Entablamos el diálogo:
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-¿En dónde vio usted la luz primera, Fosforito?
-En Cádiz, hace sesenta y dos años; en una tierra en la que la poesía se hizo música en los pregones, en los surtidores de los patios, en la luz, en la risa de las mocitas. Y mi nombre es el de Francisco Lema. Y de mi niñez no puedo contarle nada interesante como no sea que tuve, siendo muy chico, que arrimar el hombro para ayudar a los míos a mantener la casa. Que siendo un mozalbete me empecé a aficionar al cante, y era un pájaro loco que soltaba sus trinos con cualquier pretexto, y en la calentura de los sueños me imaginaba coplas y más coplas que ponían la cara verde de envidia al mismísimo Fillo Silverio y a Juan Breva. La fortuna me puso en los umbrales de aquel malagueñero que se llamó Enrique el Mellizo; éste –mi maestro a poco- abarcaba todo el género, y las seguiriyas y las soleares salían de su garganta pulidas y emocionadoras hasta arrancar bravos y atronadores ¡olés! Que no dejaban escuchar las letrillas finales. Yo me animé como un poseso, y en aquella escuela… fui día a día perfeccionándome en los secretos del cante. Mi mentor, con mano segura, me iba enseñando a dar matices a la voz, a robarle a las coplas su entraña, a tamizarla a través de los trémolos para que la esencia del sentimiento, de la alegría o del reto fluyese arrolladora en suspiros, en ayes estremecedores como certeras puñaladas; que la música tomase vida y ecos de triunfo en los sostenidos, en las leves palpitaciones de la media voz. De allí salí con mi estilo tallado, con un dominio cumplido de lo que eran los registros en la mina preciosa de mi garganta. Compañero de “aula”, admirable camarada de lucha y competición más tarde, fue aquel mago que se apellidaba Chacón. Y el remoquete de Fosforito, que luego popularicé, haciéndole famoso, se debió a mi contextura. Yo era lo que se dice, en aquella época, un junquillo pinturero. Morenito, flexible, escurrido de chichas; como la gente me veía tan largo y delgado, se aficionó a llamarme Fosforito.
-¿Salió usted muy joven para debutar?
-Muy pronto. Tenía catorce añitos. Con mi voz puse la proa de los sueños camino de Jerez. Irrumpí en el Palenque. El café de Junquera, camarín en donde se rendía devoción a esta modalidad, ya había acogido entre sus muros a otros cultivadores felices, como el Chato de Jerez, Marrurro, Luis el de Juanero y Javier Molina, que con sus originalidades e inspiración tiranizaban la atención de los habituales del establecimiento.
Tuve suerte. La lucha se desarrolló en un ambiente poco propicio a los neófitos. En la primera malagueña se transfundió la música de la guitarra con los lirismos de mi alma en tensión, templada y varia de tonos como una cuerda más del instrumento. Al acabar me tocaron las palmas. Entre chato y caña, volví a cantar dos, cinco, ¡no sé cuántas coplas más! En casa de Junquera, cuando pagaban era muy buena señal ¡aquellos veinticinco realazos!
Allí permanecí actuando durante cuarenta noches con muy buen éxito. Desde entonces me especialicé en las malagueñas.
-En Cádiz, hace sesenta y dos años; en una tierra en la que la poesía se hizo música en los pregones, en los surtidores de los patios, en la luz, en la risa de las mocitas. Y mi nombre es el de Francisco Lema. Y de mi niñez no puedo contarle nada interesante como no sea que tuve, siendo muy chico, que arrimar el hombro para ayudar a los míos a mantener la casa. Que siendo un mozalbete me empecé a aficionar al cante, y era un pájaro loco que soltaba sus trinos con cualquier pretexto, y en la calentura de los sueños me imaginaba coplas y más coplas que ponían la cara verde de envidia al mismísimo Fillo Silverio y a Juan Breva. La fortuna me puso en los umbrales de aquel malagueñero que se llamó Enrique el Mellizo; éste –mi maestro a poco- abarcaba todo el género, y las seguiriyas y las soleares salían de su garganta pulidas y emocionadoras hasta arrancar bravos y atronadores ¡olés! Que no dejaban escuchar las letrillas finales. Yo me animé como un poseso, y en aquella escuela… fui día a día perfeccionándome en los secretos del cante. Mi mentor, con mano segura, me iba enseñando a dar matices a la voz, a robarle a las coplas su entraña, a tamizarla a través de los trémolos para que la esencia del sentimiento, de la alegría o del reto fluyese arrolladora en suspiros, en ayes estremecedores como certeras puñaladas; que la música tomase vida y ecos de triunfo en los sostenidos, en las leves palpitaciones de la media voz. De allí salí con mi estilo tallado, con un dominio cumplido de lo que eran los registros en la mina preciosa de mi garganta. Compañero de “aula”, admirable camarada de lucha y competición más tarde, fue aquel mago que se apellidaba Chacón. Y el remoquete de Fosforito, que luego popularicé, haciéndole famoso, se debió a mi contextura. Yo era lo que se dice, en aquella época, un junquillo pinturero. Morenito, flexible, escurrido de chichas; como la gente me veía tan largo y delgado, se aficionó a llamarme Fosforito.
-¿Salió usted muy joven para debutar?
-Muy pronto. Tenía catorce añitos. Con mi voz puse la proa de los sueños camino de Jerez. Irrumpí en el Palenque. El café de Junquera, camarín en donde se rendía devoción a esta modalidad, ya había acogido entre sus muros a otros cultivadores felices, como el Chato de Jerez, Marrurro, Luis el de Juanero y Javier Molina, que con sus originalidades e inspiración tiranizaban la atención de los habituales del establecimiento.
Tuve suerte. La lucha se desarrolló en un ambiente poco propicio a los neófitos. En la primera malagueña se transfundió la música de la guitarra con los lirismos de mi alma en tensión, templada y varia de tonos como una cuerda más del instrumento. Al acabar me tocaron las palmas. Entre chato y caña, volví a cantar dos, cinco, ¡no sé cuántas coplas más! En casa de Junquera, cuando pagaban era muy buena señal ¡aquellos veinticinco realazos!
Allí permanecí actuando durante cuarenta noches con muy buen éxito. Desde entonces me especialicé en las malagueñas.
Si de ti pudiera vengarme
Bien sabe Dios que lo hiciera
Pero es mi querer tan grande,
Que lo pienso, me da pena
Y lloro lágrimas de sangre
Bien sabe Dios que lo hiciera
Pero es mi querer tan grande,
Que lo pienso, me da pena
Y lloro lágrimas de sangre
Yo canto de noche y día
Mi voz a nadie conmueve
Soy como el ave fría
Que canta sobre la nieve
Llorando las penas mías
Mi voz a nadie conmueve
Soy como el ave fría
Que canta sobre la nieve
Llorando las penas mías
Francisco Lema 'Fosforito' cuidando sus gallos de pelea (Foto Mundo Gráfico) |
En esas dos coplas me volcaba materialmente, y conseguí tantos triunfos con ellas que las hice mis favoritas. Si nos atenemos a las dificultades de interpretación, considero la más difícil la seguiriya, el verdadero “cante jondo”, así como lo más gitano son los martinetes.
-¿Qué sabe usted de Juan Breva?
-No ha mentado usted a nadie. El primer malagueñero que destacó en un tiempo en el que hacían furor las cañas, las serranas, seguiriyas, soleares, las javeras. Estilo grandioso, arrogancia.
-¿Qué opina sobre la forma en que hoy se interpreta el fandanguillo por la nube de profesionales del cante hondo?
-Que es una verdadera pena. Han degenerado la copla. A falta de estilo –lo más delicado y difícil- recurren a las facultades, y ya veremos qué les va a quedar cuando se queden sin ellas. El fandanguillo es, más que nada, un baile cantado, que un hidalgo sevillano, don José Pérez de Guzmán, de opulenta fortuna y envidiable voz, popularizó rápidamente, sirviéndose, primero, de las mujeres en las fiestas de los patinillos, y más tarde, por los profesionales. Tiene su origen en Alosno, Huelva. Ya lo dice la letra:
-¿Qué sabe usted de Juan Breva?
-No ha mentado usted a nadie. El primer malagueñero que destacó en un tiempo en el que hacían furor las cañas, las serranas, seguiriyas, soleares, las javeras. Estilo grandioso, arrogancia.
-¿Qué opina sobre la forma en que hoy se interpreta el fandanguillo por la nube de profesionales del cante hondo?
-Que es una verdadera pena. Han degenerado la copla. A falta de estilo –lo más delicado y difícil- recurren a las facultades, y ya veremos qué les va a quedar cuando se queden sin ellas. El fandanguillo es, más que nada, un baile cantado, que un hidalgo sevillano, don José Pérez de Guzmán, de opulenta fortuna y envidiable voz, popularizó rápidamente, sirviéndose, primero, de las mujeres en las fiestas de los patinillos, y más tarde, por los profesionales. Tiene su origen en Alosno, Huelva. Ya lo dice la letra:
El fandanguillo de Alosno
Nadie lo sabe cantar.
Lo cantan los mineros
Cuando van a trabajar
Nadie lo sabe cantar.
Lo cantan los mineros
Cuando van a trabajar
-Después de su debut, ¿por dónde se encauzó usted?
-Roto el hielo, empecé mi peregrinación artística por todos los pueblos de más o menos importancia que gustaban del “cante jondo”. En una de mis correrías conseguí un contrato por veinticinco días, ganando también la misma cifra en reales en un café denominado La Vera Cruz.
Aquello del título me escamó, sin sabérmelo explicar. Salí a cantar, me ovacionaron; cobré mis seis veinticinco y, muy satisfecho, me retiré a dormir. Al siguiente día, menos gente, menos aplausos… y ni una peseta. Y así pasó una semana, y así la otra, hasta que llegó la fecha señalada como final de mi contrato y en vista de que la garantía del mismo era verbal y esto no suponía nada positivo, me puse a andar, y de esta forma caí con mis huesos en Puerto de Santa María.
La suerte no me fue esquiva. Paso a paso consolidé mi personalidad. En aquella especie de Olimpo que era el café del señor Manuel el Burrero, permanecí nueve años compitiendo con lo bueno, malo y peor que por su tablado desfilaba. Mis sueldos oscilaban entre los cincuenta, treinta y cinco y veinticinco reales.
Luego llegó el pugilato, noble, limpio, verdad, a cargo de mi ya desaparecido camarada Chacón -el amo del cante, el que con una intuición asombrosa y arte de maravilla culminó en todas las facetas- y mi persona. De lo que hacíamos, bien pueden dar fe cuantos se deleitaron escuchándonos.
-¿Cuándo se presentó usted en Madrid?
-Después de haber recorrido casi la Península entera, cosechando muchos billetes y palmas. Así como en Sevilla, Cádiz y Málaga es donde más se entiende de estos menesteres del “jipío”, Madrid es, sin disputa, la ciudad que más caro cotiza cualquier manifestación de arte.
Cuando yo entraba en él moría el popular hombre de teatros Felipe Ducazcal. En dos saltos me planté en casa de Agustín Monedero, dueño del café de ese género más concurrido y celebrado. Mi presentación tuvo una cariñosísima acogida. Creo que canté aquella noche memorable como no lo había hecho nunca. Luego pasé a actuar a otros establecimientos de esa índole: el Romero, Naranjeros. El café del Brillante derivó, en vista del negocio de sus similares, por los mismos derroteros, y mi persona lo inauguró tiempo después. El último templo romántico dedicado al culto férvido del cante hondo, y que con más bríos se defendió de las innovaciones del modernismo en la evolución de los gustos del pueblo, fue el café de “La Marina”.
De mi época no ganó nadie para la vejez. Se derrochó todo. ¿Quién se acuerda en plena apoteosis de la ancianidad futura? ¡Las hormigas! ¡Ya usted ve! El Chato de Jerez era una notabilidad y murió más pobre que una rata, olvidado de todo el mundo. De los que más han ganado ha sido Antonio Chacón, y el máximo se elevaba a cobrar cuatro duros diarios.
-¿Por qué fecha cantó usted en ademán de despedida?
Fosforito, con el estoicismo de quien se bebe la amargura de las penas que se agarran al corazón, duda, calla un momento y luego ríe con filosofía recordando:
-La última vez que se escuchó mi voz ocurrió allá por el año de 1923, en el Olimpia, de Sevilla, en competencia con el Niño de Granada. Luego, en un concierto organizado por Vallejo, en el desaparecido Teatro de Novedades.
-¿Qué opina del baile flamenco?
-Que está “perdío”, y lo indudable es que quedan buenos cultivadores; pero a los aficionados no les llama la atención.
-¿Quién crea las coplas?
-La mayoría, las que vuelan al viento de labio en labio, como una mariposa de poesía, las urde ese vate espontáneo que atiende por Fernando el de Triana.
-¿Qué juicio le merece el estado actual del cante?
-Los chicos de hoy cantan muy discretamente, a gran voz, pero con poco estilo. Con picardía adaptan a sus condiciones lo que mejor les va, venciendo las dificultades con muchos alardes.
-Y ahora, ¿qué hace usted?
-Ya lo ve: dejar pasar los días y acordarme de una copliya que cura el mal de la melancolía:
-Roto el hielo, empecé mi peregrinación artística por todos los pueblos de más o menos importancia que gustaban del “cante jondo”. En una de mis correrías conseguí un contrato por veinticinco días, ganando también la misma cifra en reales en un café denominado La Vera Cruz.
Aquello del título me escamó, sin sabérmelo explicar. Salí a cantar, me ovacionaron; cobré mis seis veinticinco y, muy satisfecho, me retiré a dormir. Al siguiente día, menos gente, menos aplausos… y ni una peseta. Y así pasó una semana, y así la otra, hasta que llegó la fecha señalada como final de mi contrato y en vista de que la garantía del mismo era verbal y esto no suponía nada positivo, me puse a andar, y de esta forma caí con mis huesos en Puerto de Santa María.
La suerte no me fue esquiva. Paso a paso consolidé mi personalidad. En aquella especie de Olimpo que era el café del señor Manuel el Burrero, permanecí nueve años compitiendo con lo bueno, malo y peor que por su tablado desfilaba. Mis sueldos oscilaban entre los cincuenta, treinta y cinco y veinticinco reales.
Luego llegó el pugilato, noble, limpio, verdad, a cargo de mi ya desaparecido camarada Chacón -el amo del cante, el que con una intuición asombrosa y arte de maravilla culminó en todas las facetas- y mi persona. De lo que hacíamos, bien pueden dar fe cuantos se deleitaron escuchándonos.
-¿Cuándo se presentó usted en Madrid?
-Después de haber recorrido casi la Península entera, cosechando muchos billetes y palmas. Así como en Sevilla, Cádiz y Málaga es donde más se entiende de estos menesteres del “jipío”, Madrid es, sin disputa, la ciudad que más caro cotiza cualquier manifestación de arte.
Cuando yo entraba en él moría el popular hombre de teatros Felipe Ducazcal. En dos saltos me planté en casa de Agustín Monedero, dueño del café de ese género más concurrido y celebrado. Mi presentación tuvo una cariñosísima acogida. Creo que canté aquella noche memorable como no lo había hecho nunca. Luego pasé a actuar a otros establecimientos de esa índole: el Romero, Naranjeros. El café del Brillante derivó, en vista del negocio de sus similares, por los mismos derroteros, y mi persona lo inauguró tiempo después. El último templo romántico dedicado al culto férvido del cante hondo, y que con más bríos se defendió de las innovaciones del modernismo en la evolución de los gustos del pueblo, fue el café de “La Marina”.
De mi época no ganó nadie para la vejez. Se derrochó todo. ¿Quién se acuerda en plena apoteosis de la ancianidad futura? ¡Las hormigas! ¡Ya usted ve! El Chato de Jerez era una notabilidad y murió más pobre que una rata, olvidado de todo el mundo. De los que más han ganado ha sido Antonio Chacón, y el máximo se elevaba a cobrar cuatro duros diarios.
-¿Por qué fecha cantó usted en ademán de despedida?
Fosforito, con el estoicismo de quien se bebe la amargura de las penas que se agarran al corazón, duda, calla un momento y luego ríe con filosofía recordando:
-La última vez que se escuchó mi voz ocurrió allá por el año de 1923, en el Olimpia, de Sevilla, en competencia con el Niño de Granada. Luego, en un concierto organizado por Vallejo, en el desaparecido Teatro de Novedades.
-¿Qué opina del baile flamenco?
-Que está “perdío”, y lo indudable es que quedan buenos cultivadores; pero a los aficionados no les llama la atención.
-¿Quién crea las coplas?
-La mayoría, las que vuelan al viento de labio en labio, como una mariposa de poesía, las urde ese vate espontáneo que atiende por Fernando el de Triana.
-¿Qué juicio le merece el estado actual del cante?
-Los chicos de hoy cantan muy discretamente, a gran voz, pero con poco estilo. Con picardía adaptan a sus condiciones lo que mejor les va, venciendo las dificultades con muchos alardes.
-Y ahora, ¿qué hace usted?
-Ya lo ve: dejar pasar los días y acordarme de una copliya que cura el mal de la melancolía:
Esperar en la experiencia
Es esperanza “perdía”;
Que antes que llegue el saber
S’acabaíto la vía
Es esperanza “perdía”;
Que antes que llegue el saber
S’acabaíto la vía
JUAN DE GREDOS
Para escuchar el cante pinchar el siguiente enlace:
Canta Diego el Perote y a la Guitarra Antonio Vargas por Malagueña de Fosforito el Viejo
Etiquetas: Francisco Lema FOSFORITO EL VIEJO
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