sábado, 9 de junio de 2012

Insignia de oro para Antonio Carrión



  Antonio Carrión tocando en la Semana Flamenca de Valladolid/ Bohórquez


Insignia de oro para


Antonio Carrión


Manuel Bohórquez


Conozco al guitarrista sevillano Antonio Carrión Jiménez desde que apenas era más alto que su guitarra y acompañaba a su padre, el veterano cantaor Carrión de Mairena. De Mairena del Alcor, claro. Debe hacer treinta y cinco años ya de eso. Se puede decir que he sido testigo de su carrera desde el comienzo, cuando soñaba con llegar a ser un primer espada de la sonanta. A mediados de los ochenta creé un espectáculo que se llamaba Nuevos tallos, con la idea de promocionar a jóvenes valores del cante, el baile y el toque, con José Parrondo, Jesús Carrilo, Kiki de Castilblanco y Emilio Cabello como cantaores, la bailaora palaciega Susi y él y Eloy de Diego como guitarristas. El espectáculo tuvo corto recorrido, pero sirvió para que se placearan unos jóvenes que prometían mucho. Antonio Carrión es, de todos ellos, el que ha llegado más lejos. Nada menos que a ser una de las primeras guitarras flamencas de nuestro tiempo, artista imprescindible en la faceta de acompañamiento, que ha conducido el cante de muchos de los más importantes maestros de esta época, desde Manuel Mairena a Lebrijano, pasando por Antonio el Chocolate y Chano Lobato, Curro Malena y José Menese, Pansequito y El Chozas. Precisamente fui testigo de la noche más importante de su carrera artística, que fue cuando lo descubrió el gran cantaor de la Puebla de Cazalla. Antonio no era todavía un guitarrista consagrado y Menese participó en el festival de su pueblo adoptivo, La Rinconada, de Sevilla. Aquella noche estaba en el cartel el guitarrista Pedro Peña y no acudió a la cita por un problema familiar. Menese pudo exigir que llamaran a otro guitarrista de su altura, pero escuchó tocar a Antonio y dijo que lo hiciera él. Sus falsetas de Melchor y Enrique, su hijo, unido a su conocimiento del cante lograron salvar la noche y desde aquel día Carrión se convirtió en el guitarrista oficial del fenómeno del cante jondo, del maestro del momento, en los ochenta. Era la oportunidad que esperaba y le llegó en su propio pueblo. Desde aquella noche, Antonio Carrión no ha parado de tocar con todos los grandes del cante y hoy es una primera figura del flamenco, con una carrera jalonada por innumerables éxitos y galardones. Son tantos que es imposible especificarlos. Nadie le ha regalado nada. Antonio no es solo un extraordinario guitarrista, sino un apasionado de su profesión y un trabajador infatigable. Pero todavía atesora más virtudes. Recuerdo que le preguntaron un día al maestro Juan Varea si había algo más importante que ser cantaor de flamenco, y dijo sin titubear: “Ser persona”. Antonio es, por encima de todas sus virtudes artísticas, una excelente persona, compañero de sus compañeros y amigo de sus amigos. Nunca ha dejado a nadie tirado. Carrión puede tocar una noche en el mejor teatro de Barcelona con el cantaor de más renombre y al día siguiente acompañar al más humilde aficionado en la peña flamenca más escondida de la sierra de Cádiz. Reúne, pues, el maestro muchas condiciones para ocupar el sitio que ocupa y para recibir el homenaje de los aficionados de su pueblo, de San José de la Rinconada, de la Peña Flamenca El Búcaro, que es la suya, donde el próximo domingo día 27 le van a obsequiar con la insignia de oro de la entidad. Allí nos vamos a dar cita sus amigos y compañeros para demostrarle que su labor de todos estos años no ha caído en saco roto. Felicidades a este gran guitarrista, que canta muy flamenco y hasta se pega su pataíta por bulerías. Con mucho arte, claro.


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