Los célebres boleros hermanos de la Barrera no eran ni siquiera primos
FLAMENCO
Los célebres boleros hermanos de la Barrera no eran ni siquiera primos
Manuel Bohórquez
Hace tiempo que les dije que íbamos a ir desmintiendo algunas cosas sobre la historia del flamenco, sobre lo que aparece en los libros de este arte andaluz que hoy pisa los mejores teatros del mundo y que ha sido declarado Bien de Interés Cultural Inmaterial de la Humanidad. Ahora que el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, quiere que se estudie el flamenco en los colegios habrá que aportar documentación para que cuando los alumnos les pregunten a sus profesores sobre las figuras históricas del arte de lo jondo sepan contestarles sin engañarlos, que es lo que se ha venido haciendo desde hace siglo y medio. Hoy les toca el turno a los históricos Miguel y Manuel de la Barrera, y otro día les tocará a La Campanera, Manuela Perea La Nena, Pétra Cámara, Antonio el Raspao, Miracielos, Tomás el Nitre, Paco el Barbero, Frasco el Colorao, Frijones de Jerez, etc. Y no lo voy a hacer para enmendarle la plana a nadie, pero cada flamencólogo tendrá que aguantar su vela.
Cuando en la ciudad de Sevilla todavía no había cafés cantantes que programaran flamenco, en la primera mitad del siglo XIX, dos célebres boleros ya enseñaban el baile andaluz en sus respectivas academias, de las que se ocuparon los periódicos y los viajeros románticos, como el célebre Barón de Davillier. Miguel de la Barrera y Quintana, apodado El Platero por ser ese su verdadero oficio, abrió academia en la céntrica calle Jimios, al lado de la mismísima Giralda, documentada ya en 1838. En ella fue donde dio sus primeras lecciones la famosa bolera Amparo Álvarez La Campanera, la bailarina sevillana que nació en la Giralda, la hija del no menos célebre Juan Álvarez Espejo El Campanero.
Aunque tenido por sevillano, Miguel de la Barrera era en realidad de la provincia de Málaga, de Antequera, criado en Sevilla y muerto en nuestra ciudad en 1864. Su padre era de Carmona y su madre de Marchena, localidades sevillanas donde ni siquiera lo saben. Tuvo hermanos y hermanas que también destacaron en el baile, sobre todo Cayetano de la Barrera, nacido en 1825 y bautizado en la Parroquia del Salvador. Una invalidez le obligó a dejar el baile y murió en Sevilla en 1877. Miguel de la Barrera regentó una academia en la céntrica calle Tarifa, 1, donde luego estuvo El Recreo, que dirigió el también malagueño Luis Botella -se ha tenido siempre por sevillano-, en colaboración con Silverio Franconetti. Algo más tarde, este local se convirtió en el célebre Café del Burrero, del Sr. Don Manuel Ojeda Rodríguez, apodado El Burrero por tener un negocio de venta de leche de burra. Manuel Ojeda sí era sevillano y se asoció con Silverio Franconetti para entre ambos dirigir el café cantante más famoso de España, que de la calle Tarifa se trasladó a la calle Sierpes y allí estuvo hasta la muerte de este empresario, óbito que le sobrevino con el nacimiento del siglo XX y como consecuencia de una rotura de cadera.
Manuel de la Barrera y Valladares, el otro bolero de renombre, era del Barrio de la Feria, donde nació en 1808. Hijo de Bernardo y Rosalía, se casó en la Catedral de Sevilla con María del Pilar Gómez y Campos, del pueblo sevillano de Pilas, en 1840. Fue también profesor de La Campanera, con quien regentó una academia en la calle Plata, en la mismísima Campana, donde tuvo su tabanco Paco el Barbero, el gran guitarrista gaditano. Manuel de la Barrera tuvo su primera academia en la calle Pasión, entre Odonell y Sierpes, dirigió también el Salón Recreo y acabó sus días regentando el Salón Oriente, en el número 10 de la calle Trajano, donde murió, dejando el negocio en manos de sus hijos. Hombre emprendedor y valiente, a mediados de los años sesenta del XIX abrió academia de baile en Cádiz, ciudad donde nació su hija María Dolores. Como suele ser normal en Sevilla, Miguel y Manuel de la Barrera están totalmente olvidados, siendo como fueron los que iniciaron en nuestra ciudad la profesionalización de los intérpretes flamencos. Todavía estamos a tiempo de hacerles justicia a estos dos maestros del baile, sin los cuales no se podría escribir una historia del flamenco más o menos seria. Es la primera vez que se dan estos precisos datos biográficos, desmintiendo que fueran hermanos, como reza erróneamente en todos los libros del flamenco y la danza. No eran ni siquiera primos. Desde aquí animamos a la Bienal de Flamenco a que nos ayude a publicar un libro sobre estos históricos del baile, una obra que repare la tremenda injusticia que se ha cometido con ellos, con La Campanera y con otros artistas fundamentales de la historia de nuestro arte, que está en deuda con todos ellos por lo mucho que aportaron.
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