¿No habría que contar las mil historias del flamenco?
¿No habría que contar las mil historias del flamenco?
Manolo Bohórquez
El flamenco siempre ha interesado al mundo del cine, desde el principio mismo del celuloide, pero a pocas voces ha interesado de verdad entrar en su esencia, llegar hasta él para adivinar su misterio, como se llegaría al arcoiris para descifrar el enigma de sus colores.
Estos días no he parado de darle vueltas a la cantidad de historias que se podrían contar en el cine o la televisión sobre un arte como el nuestro. Con lo que Canal Sur lleva gastado en el culebrón andaluz Arrayán se podrían haber contado decenas de historias del flamenco y de los flamencos.
Si tuviera medios llevaría al cine las vidas de la Niña de los Peines, La Campanera o la Niña del Antifaz, aquella cantaora tan fea que disimulaba con un antifaz negro su poco agraciado rostro a la hora de cantar en los teatros del país.
La vida de La Campanera es de cine. Esta gran bailaora sevillana nació en la Giralda y como era la hija del campanero le pusieron el remoquete artístico que la hizo célebre en todo el mundo gracias a los viajeros románticos y a los políticos que venían de fuera a disfrutar de sus jaleos jerezanos y peteneras.
Gozó de las mieles del triunfo, pero supo también de la amarga hiel del desprecio y el olvido. Hasta tal punto que murió tuberculosa y olvidada muy lejos de su Giralda natal.
¿No es de cine la vida de la Niña de los Peines?_Así lo cree Antonio Banderas, quien alguna vez ha expresado en privado su deseo de llevar al cine la vida de la más pequeña de los Pavón. Por no hablar de cómo era de cinematográfica la Triana de los Cagancho y los Pelao, de Curro Puya y los Canela, con sus revoluciones, de las fraguas y las alfarerías y de aquellos callejones por los que se escapaban de la pestañí los malhechores, como nos cuenta una célebre copla de martinetes. O la Alameda de Hércules, con sus tabancos, prostíbulos y corralas de vecinos con olor a puchero y estiércol mojado. O el barrio de La Feria, donde nacieron el Maestro Pérez, Lamparilla y su padre, El Pintor. O la Macarena, el barrio de Pepe Pinto y El Carbonero.
¿Y Silverio Franconnetti? Un día vendrán los americanos y harán una película sobre el padre del flamenco. Por menos de lo que cuesta Arrayán, claro. O sobre aquel ambiente de cafés como los de El Burrero y el propio Silverio, en el mismísimo centro de la Sevilla de finales del XIX, con el arte de La Carbonera y La Sordita y la gracia de Paco Botas y La Escribana, que era un travesti flamenco de Málaga que además cantaba por malagueñas como El Canario.
Hace unos días me contaron una historia muy hermosa de una gitana de Triana que cantaba y bailaba para morirse de gusto. Llegó un ricachón del extranjero, se enamoró de su voz y de sus hechuras, se la llevó a su tierra y la convirtió en una estrella del bel canto. Murió lejos de Triana acordándose todos los días de la Cava Nueva, de los albures fritos de El Arquillo y del olor a jazmines de los corrales del arrabal.
¿Por qué no cuenta Canal Sur estas historias? O Televisión Española, que es quizá la única que medio puede verse en España sin que te den ganas de colgarte en un olivo.
Ojalá los productores y directores andaluces caigan un día en que en casa tenemos todo lo que nos hace falta para contar miles de hermosas historias.
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